Último tren a… Madrid por Rosario Pompizzi

Último tren a… Madrid por Rosario Pompizzi

mayo 6, 2020 2 Por Esto es Anfield

Cuando el subterráneo vibra como un estadio

 

Por Rosario Pompizzi.

No lo vi. Mientras miles de fanáticos del Liverpool sufrían con cada acción en Anfield Road, yo estaba desconectada. ¿El motivo? Una reunión de trabajo a la misma hora de este partido tan trascendental. Con discreción y disimulo, chequeé el celular para conocer el resultado parcial. Sólo habían pasado diez minutos del inicio. Me cayó un mensaje. Lo primero que vi fue un «¡Vamos!». Era el gol tempranero de Divock Origi (1 a 0 y faltaba mucho todavía). Desconocía los pormenores del encuentro, sólo sabía los hechos… en realidad, EL HECHO. Un tanto y eso era todo. Sin embargo, confiaba en la remontada. Revisé una vez más hasta el entretiempo. El resto fueron sensaciones por doquier: nerviosismo, inquietud y ansiedad. Mi cuerpo estaba entre cuatro paredes blancas y mi cabeza, en una proyección imaginaria de Liverpool – Barcelona.

 

Por alguna razón, al salir de la reunión empecé a correr y no me detuve hasta llegar al subte. Ingresé al vagón, repleto de personas apretujadas. Encendí el celular. Mensajes, mensajes y mensajes. 3-0. El pecho me estallaba de la emoción, pero todavía faltaba un paso más. Giré la cabeza hacia la izquierda y descubrí a un chico mirando el partido en su celular. Estiré el brazo, lo toqué y le pedí si podía verlo con él. Con mucha amabilidad, aceptó. Cuando por fin conseguí alcanzarlo, me ofreció un auricular. Y así estábamos, dos desconocidos mirando una semifinal de Champions League entre la el tumulto. Le conté mi historia con Liverpool y se mostró gratamente sorprendido.

Lo que siguió fue un engaño descomunal a todos, obra de Trent Alexander-Arnold. No podía moverme con facilidad así que sólo pude agitar los puños. La gente nos miraba. Los minutos finales fueron puro padecimiento. Ya ni recuerdo mis gestos, sólo esperaba el final. Cuando por fin llegó, el clic fue automático: lloré a mares. Y mientras las lágrimas caían y caían, mi «compañero de vagón», ese extraño con el que abordé este pequeño trayecto de emociones fuertes me felicitó como si nos conociéramos de toda la vida. Algunas miradas ajenas seguían dirigidas hacia nosotros, y en cierta forma toda esa escena me resultó sorprendente y hasta divertida. Es la magia del fútbol, es la magia del Liverpool.