Cosmin Moți, el héroe que salvo a su equipo bajo los palos.

Cosmin Moți, el héroe que salvo a su equipo bajo los palos.

noviembre 25, 2014 2 Por George Olmos

El día en el que el espíritu de Duckadam entró en Moţi.

Cuando todo podría pensar que este post sería sobre el portero del equipo búlgaro, vas y te encuentras con ese momento épico, heroico y de los que te hacen pensar, que el fútbol tiene a veces momentos para guardar en la memoria, todo esto lo guardará en su cache, los aficionados del Ludgorets y sobretodo el héroe de aquella noche, el día en el que Moţi juro venganza.
Por George Olmos (@george_olmos)

En esa época en la que los niños bajaban a la calle, en la que se hacían porterías con dos mochilas o con los jerséis, para jurar que ese día alguien se iría a casa con la sonrisa o con el malestar de perder en un partido, en el que siempre ganaba el que marcará uno más o hasta que el dueño del esférico dijera que se llevaba esa pelota, porque era suya. En las calles de Reşiţa los niños seguro pensaban en jugar en los grandes del fútbol rumano. En casa de los Moţi, el pequeño Cosmi veía a esos diablos de rojo, aquel Dinamo,  e intentó con tesón y ahínco llegar a ponerse esa camiseta y lo más importante ganar ese “Marele Derby” ante el Steaua, fuera como fuera, seguro que en aquella eliminatoria de Champions League, el central llevaba bajo su camiseta verde o en la piel, esa camiseta roja del Dinamo, a fe que su venganza se vio saciada, pero no fue marcando goles, sino deteniendo las acometidas del  que fuera campeón de Europa desde bajo los palos y escribiendo una pagina de heroicidad para el final de los tiempos de un pequeño equipo, el Ludogorets.

Y ¿como ocurrió todo aquello?, pues viajemos a un partido de fase de grupos, 31 equipos con su plaza y tan sólo uno le faltaba coger plaza para la gran competición, Ludgorets o Steaua compraban sus boletos para la gran lotería, el equipo búlgaro, de la ciudad de Razgrad, la más grande de la región de Ludogoria (son 33.000 habitantes) y de ahí proviene su nombre, cuya traducción literal que hacen los búlgaros de Ludogoria es bosque loco o bosque salvaje, esperaban que su numero saliera el ganaron  y como esa traducción todo lo que sucedió en el Ludgorets Arena , fue bastante loco o salvaje, algo para recordar.
Los “Eagles”, como se les llama a los aficionados del equipo de Razgrad, buscaban ese gol que les llevará a soñar, lo necesitaban, tan sólo para seguir soñado. Todo iba a un final donde Moţi perdería su derbi particular, pero en el minuto 90 su compañero Wanderson marcaba e igualaba la eliminatoria, el fútbol les daba una oportunidad.

En el minuto 119 de la prorroga el arbitro expulso al cancerbero Stojanov, no había cambios, qué podía hacer el equipo búlgaro, quién tomaría la gran decisión de ponerse los guantes, quién podía intentar por todos los medios que ese sueño no acabará, tanto remar para no llegar a la orilla, no era momento para rendirse.
Y allí apareció el central Cosmin Moţi, decidido se puso los guantes y se dispuso a que todo lo que habían luchado no hubiera quedado en saco roto. Terminaba el encuentro, el rumano había parado las acometidas de sus compatriotas, nadie podía batirle, pero…llegaban los penaltis, la terrible moneda en el aire que decide si alguien puede reír o llorar. 
Allí el numero 91 en su espalda, el de su compañero Stojanov, se puso los guantes y en ese momento como si fuera aquel Duckadam en la final de Sevilla, en ese momento los más de 180 kilómetros que separan la ciudad de Cosmí (Reşiţa) de los de Duckadam (Semlac), se hicieron ínfimos, el espíritu del gran portero, bigotón empezó a crecer en Moţi, pero antes de ponerse la capa de héroe, se dispuso a ser el primero que le diera confianza a sus compañeros, marcó el primero de las suertes máximas y como si fuera Grobbelaar o Dudek, empezó a distraer a los contrarios, moviendo los brazos, bailando, seguro que por un momento recordó aquellas tardes en las que la llamada de mamá  se convertía en ese pitido final, seguro que por un momento recordó cuando le tocaba ponerse, un grito en su memoria “Te toca”, pero esos bailes, movimientos, espasmos, no surgieron efecto en el primero, aunque estuvo apunto de lograr que surtiera efecto.

Duckadam, Copa de Europa de 1986, paró cuatro penatis en el Pizjuán al Fc. Barcelona.

Wanderson que había dado esperanzas a los búlgaros, veía como se el caía el mundo encima, fallaba su penalti, no pasaba nada, él sabía que era su noche, que estaba escribiendo una pagina en la historia de la Champions, Cosmin Moţi volvería a alzar los brazos de sus compañeros y aficionados en las gradas, Parvulescu vio como su compatriota se lanzaba a la derecha y desviaba el balón, todo igualado, nadie salía de su asombro, lo había parado, los malos farios, las malas cartas se volvieron en suerte de cara.
Todo seguía su cauce, nadie fallaba, llegaba la muerte súbita y en ese momento si que se puso la capa de súper héroe el bueno de Moţi, Rapa, lateral derecho, se disponía a marcar y acabar ya con todo, el improvisado portero se movía de lado a lado, la guerra psicológica comenzaba, lanzamiento y en ese momento el tiempo se paró, voló hacía su derecha y como si fuera Sevilla, final de la Copa de Europa, el espíritu de Duckadam entró en Moţi y atrapo el esférico, la locura en el campo búlgaro, Cosmin Moţi corrió a las gradas, salto, festejo y dio un boleto para el sueño a su equipo.


Ese niño, viendo al que era su héroe, quien les hizo soñar. 

El central rumano quedará para los anales de la historia del Ludgorets, una de las gradas del campo de los “eagles” se llamará en su nombre, los siete años que pasó enfrentandose en aquellos  “Marele Derby” y volvió a ganarles.
Tras aquel hito, volvió a ver a sus compatriotas con la selección en una nueva convocatoria, a su vuelta a Bulgaria sus compañeros le tenían un regalo en el vestuario, en su taquilla le esperaban unos guantes, recuerdo del día en el que Cosmin Moţi se dispuso a no dejar caer a sus compañeros.